Smith Haut Lafitte es un vino al que raramente se nombra en los mentideros supuestamente ilustrados del mundo del vino en España. Y no porque no sea un gran vino, que lo es, sino porque: 1) no se le conoce demasiado debido a que el gran salto de calidad lo ha dado hace apenas veinte años tras la compra de la bodega por Florence y Daniel Cathiard a principios de los años 90; y 2) porque como todos los buenos vinos franceses de Burdeos (bueno, de cualquier parte, la verdad) es un vino con un precio “tenso”, aunque es cierto que está a años luz de los denominados “first growths” o “Premiers Crus”.

Yo me enamoré de este vino bebiendo, en el año 2010, una botella de la añada 2000 durante un largo y difícil viaje de trabajo a Andorra. Y desde entonces he tenido la oportunidad de volver a beberlo en un par de ocasiones y de probar algunas añadas más.

Pero comencemos por el principio. Esta bodega, como todos los buenos “chateaus” franceses, se jacta de hundir sus raíces en los anales de la historia y en su página web dice que ya en el siglo XIV se firmaban botellas procedentes de esta zona. Pero no es hasta el siglo XVII-XVIII cuando se asienta en la zona de Lafitte de Pessac-Leognan en Graves y, posteriormente, adquiere su nombre actual. No fue incluido en la clasificación de los vinos de Burdeos de 1855, pero a mediados del s.XX adquiere categoría de Premier Cru de Graves. Pero el gran salto de calidad de esta bodega, y de sus vinos, llegó a partir de los años 90 del pasado siglo, cuando Florence y Daniel Cathiard adquirieron la bodega y los viñedos y empezaron a invertir en tecnología y en calidad.

 

 

Vayamos al grano; os decía que a finales del año 2010 me encontraba de viaje en Andorra y que fue un viaje de trabajo largo y difícil que me obligó a quedarme más días de los previstos allí. Los que conocéis Andorra sabréis que, si vas por placer a esquiar, a disfrutar de sus centros termales, a comprar o a disfrutar de la montaña, es un lugar maravilloso en el que pasar unos días. Pero si vas por trabajo la cosa cambia: primero, el camino hasta allí se te hace pesado, ¿para cuándo una autovía por Dios?; luego, estás caminando todo el día para arriba y para abajo (literalmente), porque las distancias no son tan largas como para moverte todo el rato en taxi (el coche es mejor dejarlo en el hotel), pero no son cortas; y finalmente cuando has ido allí unas cuantas veces, como es mi caso, al final todo es lo mismo.

 

 

En fin, que me encontraba en una de esas (raras) noches en las que cenaba con más gente (cuando de trabajo se trata no me importa quedar a comer, pero no me gusta quedar a cenar) en un buen restaurante; uno de esos restaurantes que, sin ser excesivamente formal, la cocina es razonablemente moderna (los precios también, aunque pagaban ellos) y cuentan además con una amplia carta de vinos. Cuando estoy con amigos o en familia no me importa elegir el vino pero, cuando de trabajo se trata, prefiero que sea otro el que asuma el riesgo de equivocarse.

Pero acertó con el vino elegido, ¡vaya que sí acertó! Bueno, acertó con los vinos, porque con las entradas encargó un champán (Grand Cellier D´or 2002) de una pequeña bodega (Vilmart et Cie) cuyos champanes me encantan. Y he de decir que también acertó al final, cuando pidió un riquísimo Vino de Hielo Gewürztraminer (no recuerdo la añada) de la Bodega Gramona que resultó ser una fantástica combinación con los postres.

Pero vamos a lo que vamos, porque estaba hablando del vino Smith Haut Lafitte. Confieso que había leído un poco sobre este vino antes de probarlo en Andorra, pero no esperaba demasiado de él porque los comentarios, referidos sobre todo a las añadas de los años 80-90 del siglo pasado, no pasaban de ser correctos o, como mucho, razonablemente buenos. Así que me disponía a dar buena cuenta de un buen solomillo ternera a la brasa con salsa de setas y patatas al braseadas (el nombre era más moderno, asiático y largo, pero era básicamente eso), cuando el camarero me sirvió una copa de Smith Haut Lafitte de la añada 2000, de magnum, que llevaba aireándose en la botella prácticamente desde que llegamos (unos 30-40 minutos). Inciso; no es que habitualmente me pida solomillos para cenar, es que sabía que me iban a liar para tomar una copa a los postres y otra posterior en un pub cercano.

Comí dos bocados del solomillo con patatas, todo braseado, y decidí que era ya momento de limpiar la boca, y de ayudar al estómago a llevar a cabo su digestión, con un buen trago de vino. Como siempre, antes me gusta oler el vino, aspirar y tratar de reconocer sus aromas; y ahí surgieron las ciruelas y las grosellas, las notas de lápiz y de tabaco en hoja, incluso unos ligerísimos recuerdos de naftalina que me desconcertaron pero que no resultaban desagradables. Pero en la boca, amigo, en la boca explotaba; buen cuerpo pero muy pulido, aterciopelado, con taninos redondos aunque aún por pulir, equilibrio entre acidez-alcohol-fruta y unas notas achocolatadas al final muy agradables. Un vinazo que aún tenía, entonces, que acabar de integrarse.

 

 

Con el tiempo, he vuelto a catar este vino; fue en 2018, con ocasión de una cena en la embajada. Y pude comprobar que el vino había seguido evolucionando favorablemente, que habían desaparecido las ya de por sí ligeras notas de alcanfor en nariz, que en boca el vino era sedoso y magníficamente equilibrado y que la retronasal seguía trayendo, más aún si cabe, notas de chocolate. Un vino sin duda muy adecuado para tomar con carnes no demasiado pesadas o con pescados razonablemente grasos.

Pero he tenido la oportunidad de catar otras añadas de la bodega, más modernas, aparte de la añada 2000; el 2001, el 2004, el 2005, el 2009 y el 2010.  Ahora que lo veo escrito me parece curioso que he probado, no sé por qué razón, las añadas pareadas: 2000-2001, 2004-2005 y 2009-2010. Y, visto de esta manera, el dúo que más me gusta es el del 2009-2010, seguido del 2004-2005.

Las añadas de 2009 y 2010 todavía son infantes. El 2010 es maravilloso, extraordinariamente definido, con abundantes taninos pero suaves al paladar, pleno de aromas florales y sabores de frutos rojos y tabaco, y con una larga vida por delante.  El 2009 es tan bueno o mejor que el 2010; extraordinariamente sedoso al entrar en boca, va ganando cuerpo conforme avanza por la lengua y el paladar hasta convertirse en un vino con mucho cuerpo, pero siempre fresco y delicado, pero sin excesos y bien equilibrado, pleno de flores y frutos rojos y especias.

La añada del 2005 era, hasta la llegada del dúo 2009-2010, lo mejor de la casa; un vino intenso, con cuerpo y muy largo, que sabe a ciruelas, a ahumados, a minerales, a tabaco… y que huele a frutos rojos, a grafito y a casis. Una maravilla de vino a un precio muy inferior a los de otros vinos de Burdeos con más nombre y que podrá disfrutarse en plena forma durante otros 20 años fácilmente. Las añadas del 2004 y 2001 son también estupendas, aunque quedan lejos de todas las descritas.

Por cierto; la bodega de Smith Haut Lafitte tiene un restaurante e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-a-r en que poder maridar los vinos con unos platos maravilloso. Y también hacen unas sesiones de maridaje de vinos con frutos secos y chocolates que me sorprendieron una barbaridad. Os animo a que lo conozcáis, merece la pena.

Y recordad: EL VINO SÓLO SE DISFRUTA SI SE CONSUME CON MODERACIÓN